El documento del Mes del Palacio de la Isla muestra un registro de precios diarios de los principales artículos de subsistencia vendidos en el mercado público, que data del mes de febrero de 1865.

El documento, que se puede visitar desde este lunes, corresponde a los precios diarios de esta fecha, cuando la ciudad tenía poco más de 13.000 habitantes, y permite la aproximación a la base de alimentación de la capital, así como a los precios que correspondían a la época.

En el texto se puede observar cómo las unidades de venta se establecen en fanegas, libras o arrobas, según el artículo pertinente. El género más caro es la arroba de aguardiente, que valía 84 reales, seguido por la arroba de aceite a 48 reales, la de vino a 40, y la fanega de trigo o de arroz a 30 reales.

Entre los productos más baratos que refleja el registro de precios diarios, se encuentra el pan, a un real la pieza, o la carne de cabra o de carnero, que costaba en torno a 2 reales la libra.

El mercado público era aquel que se desarrollaba en la Plaza Mayor, y su inspección la establecía el propio ayuntamiento, que era el que velaba por que los precios de los artículos considerados de primera necesidad estuvieran controlados.

Para ello, se realizaban registros diarios, como el que se va a exponer durante el mes de octubre en el Palacio de la isla, que nos permiten conocer cuáles eran esos artículos de subsistencia, así como la oscilación, a veces diaria, que dichos productos tenían en el mercado local.

Los productos se fragmentaban en cereales, caldos, carnes, cecina y artículos varios, en los que se incluían el arroz, las alubias, las patatas, el pan o la leña. Todos ellos, productos básicos en la alimentación de los vecinos, por lo que se establecía un precio mínimo y uno máximo que suponían la oscilación diaria de los productos.

En cada página del registro de precios se incluía el informe de consumos de las reses degolladas en el matadero municipal, así como la cantidad de cereales que, a diario, se inscribían para su venta en la ciudad.

Todo ello estaba supervisado por el encargado del mercado, que pasaba los datos al alcalde a través del celador mayor de la policía urbana de la ciudad. En definitiva, un documento que nos relaciona con el pasado de la ciudad y sus peculiaridades, en este caso mercantiles y alimenticias.